Lidia Fernández
domingo, 2 de febrero de 2014
Una de Genios
Lidia Fernández
sábado, 18 de enero de 2014
Querida Berlín
Fotos: María Pequeño |
Me enamoré de Berlín como lo hace un quinceañero con un amor de adolescencia; rápidamente, a lo loco y sin ningún motivo, porque a pesar de ser fría y gélida como ninguna, aún recuerdo la maldita noche en que me cameló con decenas de jarras de un brevaje color trigo y me congeló el corazón para siempre.
Dicen que nunca se enamora uno como lo hace la primera vez, y sin embargo, mira que intenté convertirme en la excepción: siempre supe que las reglas no están hechas para insensatos como yo. Me dediqué a vagar por la vida sin rumbo fijo, recorriendo y explorando cada recoveco de mis nuevas conquistas con la fascinación que produce lo desconocido hasta que deja de serlo. Y al cabo del tiempo, me descubría a mí mismo, en los tugurios oscuros de aquellas ciudades cuyos nombres el alcohol y la memoria solían confundir, confesándole a algún borracho como yo, que como ella, ninguna.
Fue entonces cuando regresé a sus brazos para siempre, vislumbrándola cuando ni siquiera era un punto inteligible en el horizonte: tan nueva y tan vieja, tan moderna pero tan clásica. Majestuosa, fortalecida como una mujer con un pasado negro y vil , ya olvidado, del que hoy ha tomado conciencia.
Ella me cambió, como hacen las buenas mujeres con los malos hombres, me hizo asentar la cabeza e incluso busqué algún trabajo serio; me había dejado atrapar, ambos nos necesítabamos, y ya era demasiado tarde para marchar. O eso le decía al otro yo, no al enamorado, sino al aventurero, cuando de vez en cuando aparecía para pellizcarme el alma con aquel veneno benigno al que yo ya era casi inmune.
Hay hombres que pierden la cabeza por una mujer, y hay otros pocos infelices como yo, que lo hacemos por una ciudad. Siempre he sospechado que hay ciertas ciudades que son como mujeres: te seducen de tal manera que nunca dejas de nombrarlas, ni de amarlas, por muy lejos que te encuentres de ellas.
por Lidia Fernández
domingo, 10 de noviembre de 2013
La Granja Trevayne
por Lidia Fernández
Un Café con Risas, por favor
A veces me pregunto por qué lo llamamos café cuando queremos decir otra cosa. El café, como todo en la vida, tiene su propio lenguaje oculto.
Por ejemplo, el café de los lunes por la mañana, a las 8 en punto; ese es el café con leche. Entras en tu oficina, aún visiblemente perjudicada por los excesos del fin de semana, buscas con la mirada a tu compañera de curro del alma y le susurras: ¿Un café para despertar?. Realmente, lo que quieres decirle es "estoy deseando contarte mi sábado" y ella, cogiendo el bolso sigilosamente (esto es para que nadie se os acople, cosa fundamental) te suelta un : ufff sí porque los lunes por la mañana sin café no soy nadie. Lo que en realidad significa en el código "cafekiano" :" pues anda que cuando yo te cuente el mío"...
Luego está el café cortado, ese es el que te tomas con algunos compañeros de la oficina a media mañana, para hacer más llevadero el día, y aquí os dedicáis básicamente durante los 10 minutos que dura el descanso a criticar al pelota de turno a modo de braimstorming.
Por la tarde está otro tipo de café también muy común que es el No Café. Estás en el sofá de tu casa y te llama tu colega:
-¿Un café ?
-Venga, uno rapidito, que tengo cosas que hacer.
Y es curioso, porque cuando llegáis al bar y la camarera os pregunta qué tomáis, las dos os intercambiais sendas miradas cómplices y tu colega, señalando su reloj te dice:
-La verdad es que entre una cosa y otra, a esta hora un café mucho ya no pega…
Y sin saber porqué, finalmente os termináis tomando una cerveza, a la que siempre le sigue una segunda.
Y luego está el café descafeinado. Este es infalible, creado como a propósito para las cenas románticas. Cuando la camarera os retira los platos y os pregunta "¿un descafeinado?", es el momento en el que tú, que te sabes perfectamente el código del café, muy sutil y elegante siempre, le dices a tu acompañante: casi que el café mejor lo tomamos en mi casa que te quiero enseñar la Nesspreso nueva…
Smile Cup by Studio Psyho http://www.psyho.ua/eng/.
por Lidia Fernández
jueves, 8 de noviembre de 2012
El maravilloso local de los hermanos Dayton
Photo by Taimoor Dar |
Photos by Taimoor Dar |
Photo by Taimoor Dar |
Literalmente, Askov Finlayson alberga entre sus paredes todo lo que un hombre moderno y sofisticado necesita para pasar una buena tarde de compras y no aburrirse en el intento: ropa exclusiva, un sinfín de aparatos con los que enredar, instalaciones de diseño, comida nórdica, y... un bar. La idea de fusionar tienda / bar y restaurante en un viejo edificio del vibrante vecindario de North Loop (Minneapolis) fue de los hermanos Dayton, cautivados desde siempre por la magia del lugar. Andrew y Eric crearon Askov Finlayson con la filosofía de hacer sentir al cliente como en una segunda casa y construyeron un espacio rebosante de buen gusto y de objetos necesarios en la vida de todo hombre independiente. Turistas del mundo que viajen a Minneapolis, pasen a tomar un trago, a probar manjares escandinavos o a comprar una pala de canoa: los simpáticos hermanos Dayton están esperándoles con los brazos abiertos.
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